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De incultos y escandalosos: Noise and social classification in postrevolutionary Mexico De incultos y escandalosos: ruido y clasificación social en el México postrevolucionario
Indexado
Scopus SCOPUS_ID:85072516166
DOI 10.7764/RES.2018.43.9
Año 2018
Tipo

Citas Totales

Autores Afiliación Chile

Instituciones Chile

% Participación
Internacional

Autores
Afiliación Extranjera

Instituciones
Extranjeras


Abstract



This article examines listening practices in post-revolutionary Mexico treating noise as a socio-cultural, historical, territorial and epistemic phenomenon, in other words as an acoustemological problem (Feld 1985, 2012, 2013; Erlmann 2010; Ochoa 2014). Through an analysis of written and corporeal inscriptions of sound, I demonstrate that the construction of the concept of noise, or escándalo, was defined by opposition to compliance with a listening modality that was silent, circumspect, individualized and purportedly incorporeal. This modality of listening exemplifies the aesthetic perspective of the post-revolutionary regime led by José Vasconcelos, ideologue of the Mexican national identity, whose association of aesthetic pleasure with a supposed spiritual growth underlies the ideology of mestizaje. In spite of the authorities' desire to enforce this spiritualized model of listening, other forms of experiencing music that did not correspond to such ideal coexisted in the changing cultural context that followed the Revolutionary War. In the long term, the power of representation of one aural model over the other had important implications for the development of ideas surrounding the culto (civilized, educated) and the no-culto, thereby establishing new forms of social classification.

Revista



Revista ISSN
Resonancias 0717-3474

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Music
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Autores - Afiliación



Ord. Autor Género Institución - País
1 Bieletto-Bueno, Natalia Mujer Universidad Mayor - Chile

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Financiamiento



Fuente
Vasconcelistas

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Agradecimientos



Agradecimiento
Así lo demuestra la conformación de la Inspección Cultural y Artística en el año 1921, cuya ceremonia de inauguración fue presidida por Miguel Alonzo Romero, regente en turno de la ciudad. Derivada de las misiones Vasconcelistas para “salvaguardar” las artes, Alonzo Romero estimó que los antiguos inspectores de espectáculos –vecinos comunes del barrio– eran incompetentes en materia de estética, y los reemplazó por quienes él consideró “los más aptos y más educados intelectuales, para trabaja[r] en beneficio de la cultura urbana” (Alonzo 1923, 109). Refiriéndose a ellos como “cruzados de la belleza” y “responsables de una obra de purificación”, Alonzo los invistió con la autoridad necesaria para supervisar la calidad del entretenimiento público y vigilar el patrimonio arquitectónico de esta zona de la ciudad (ídem, 115).13 Al manifestar su preocupación por las prácticas sociales y musicales que se llevaban a cabo en los edificios históricos del centro de la ciudad, el regente declaró: Los legados de la época colonial, allí están convertidos en cafés, en expendios de baratijas, en amenos rincones de necedad y de flirt, donde las damiselas de ojos alborotados de rímel expían las concupiscencias de los jóvenes fifís; esos legados, ahí están esperando la mano piadosa que los salve de los detentadores del arte […]. En el teatro, ¿no estamos tolerando todavía esas monsergas imposibles, esos actos de mal acrobatismo, ese torturante desfile de mujeres histéricas y pintarrajeadas, que exhiben sus desnudeces famélicas al compás de las mismas soserías musicales? ¿No estamos tolerando eso que se llama nuestro teatro vernáculo y que, si acaso, es nuestra vernácula vergüenza? ¿Qué belleza encierran esas revistas en las que, al son de las eternas rumbas antillanas, los hombres y las mujeres cambian sonrisas idiotas, en medio de contorsiones ridículas? –Quizá la música es de nuestras artes la menos pisoteada; quizá la más ennoblecida en manos de los Ogazón, de los Castillo, de los Moctezuma, de los Carrillo, de los Ponce, de los Barajas, etc.–. Y precisamente para que los horrendos palurdos de este siglo, que se nutren con pulque y enchiladas en sus días de campo, sobre la belleza de nuestros monumentos, no sigan manchándolos con su presencia intolerable; precisamente para que las obras hermosas que la arquitectura colonial nos legó, no sean convertidas en bazares de necedad y de lujuria enguantada en seda;

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